miércoles, 12 de septiembre de 2007

EL MODELO MEGAFALLERO Y EL ÉXITO ELECTORAL DE LA DERECHA

Articulo publicado en el Periodico de Cataluña. • La opinión pública identifica el litoral valenciano como una especie de Florida-geriátrico de Madrid Los analistas valencianos van de cráneo. Los resultados electorales del 27 de mayo han enterrado el catálogo de lugares comunes. Sabemos que los cambios políticos no ocurren nunca en el vacío social, sino que se corresponden con hechos que los preparan y determinan. Conviene, pues, no precipitarse en los diagnósticos ni en las recetas genéricas. Propongo que nos detengamos en dos factores que en mi opinión explican, por lo menos en parte, el sentido del voto de los valencianos. Por un lado, el modelo económico relacionado con una determinada política de infraestructuras. Y, por otro, la subida de la autoestima colectiva propiciada por la política de grandes eventos del PP. Veamos. A diferencia del Reino Unido, por ejemplo, España tuvo en su momento una industrialización débil y geográficamente desigual. La construcción de la red de ferrocarriles a mediados del siglo XIX fue determinante para cohesionar un mercado peninsular que vertebraba todo el territorio español, sus mercancías y sus gentes. El mapa ferroviario y de carreteras que padecemos es consecuencia todavía de aquella concepción radial del ordenamiento territorial, que copiaba el modelo francés. Los nacionalismos periféricos fueron las estrategias proteccionistas de los distintos mercados interiores. Valencia, siempre un paso atrás, se quedó al margen de lo uno y de lo otro. Hubo que esperar un siglo para la construcción de la autopista del Mediterráneo sobre el antiguo trazado de la Vía Augusta, una carretera destinada a facilitar nuestra conexión con Europa. Una vía de pago, como sabemos. La conexión Madrid-Sevilla por AVE, que retrasó la Madrid-Barcelona y la de Barcelona-Valencia, también es producto de aquella mentalidad jacobina que dejaba de nuevo Valencia al margen de los ejes de desarrollo estratégico. Finalmente, se construyeron los dos ramales gratuitos de la auto- vía A-3 (Madrid-Valencia y Madrid-Alicante y Murcia), que conectaban el kilómetro cero de las carreteras españolas con las que serían sus playas --Cullera, Gandía, Benidorm o Santa Pola-- una vez descartado el eje cantábrico, en crisis industrial y con el problema del terrorismo. Las infraestructuras facilitaron la expansión de una economía cada día menos productiva en el sureste español. El urbanicidio que hoy padecemos es consecuencia de este desarrollo basado en el monocultivo del ladrillo y el turismo diésel: el que anda mucho y consume poco. En este contexto, el capitalismo popular se ha impuesto como un narcótico de efectos euforizantes entre los indígenas, tránsfugas --como Josep Pla-- de "l'arada i el rampí" y deseosos de un estilo de vida más amable que el que exige el sector primario. POR OTRA PARTE, la autoestima inducida por el Gobierno autonómico con eventos de dimensión megafallera ha situado a nuestra capital en una red de destinos turísticos en lo universal, aunque sea de paella con sangría y vuelo de low cost. Los grandes acontecimientos --en forma de visita papal, carreras de Fórmula 1 o glamurosas regatas-- han impuesto entre los valencianos una agenda setting que alimenta las mentalidades más rancias de la coentor indígena, provinciana hasta la temeridad más absoluta y entusiasta perpetua de las apariencias y el cartón-piedra. Una agenda, como se ha visto, que moviliza voluntades y sufragios entre todas las clases sociales, nos guste o no. Solo así se explica el fervor colectivo con que acogemos por igual al Papa y a Antonia dell'Atte, ambos casos percibidos como la demostración empírica y universal de que Valencia, por fin, existe en la aldea global. Entre unas cosas y otras, en la opinión pública valenciana se ha consolidado la imagen de un eje de la prosperidad entre Madrid y sus playas, que identifica el litoral valenciano como una especie de Florida, el Estado-geriátrico de la costa norteamericana. Para consolidar nuestro nodo en la red global de los despropósitos, solo nos queda empezar a construir islas artificiales, pues nuestro waterfront, como el de Miami, da señales de agotamiento. No importa que nuestros centros históricos se vengan abajo como si hubieran sido bombardeados. El paisaje que el turista encontrará en el barrio del Carme, por ejemplo, forma parte del negocio. La Valencia playera y suburbana exige desarrollos en forma de sprawl (urbanización) y lo demás es enfermizo apego al terruño. EN FIN, NO SÉ SI los resultados electorales son causa o efecto de esta concepción de la nación y la globalización importadas por autovías gratuitas y mucho papel couché subvencionado. De lo que estoy seguro es de que mientras el eje mediterráneo (antes Països Catalans) sea de peaje en tantos sentidos, el mensaje modernizador que representó el catalanismo en el País Valenciano será solo una quimera. La agitación a conveniencia de ese fascismo de baja intensidad que es el blaverismo debilita cada día más las complicidades entre valencianos y catalanes que la lucha antifranquista había elevado a categoría de fértil utopía cívica. El enemigo exterior ya no es solo catalán, pero también. Otro elemento a tener en cuenta para explicar el voto rebelde, por primera vez en la historia de la democracia, ante el partido que gobierna en España. Valencia ya está en el mapa, sí: allí donde la A-3 se encuentra con el mar. TONI Mollà Periodista

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