martes, 16 de diciembre de 2008

La izquierda de la izquierda

Izquierda Unida tiene ya nuevo coordinador en la persona de un comunista, con lo que el PCE parece recuperar la hegemonía en la amplia coalición de izquierdas. El respaldo obtenido por Cayo Lara de algo más del 55% de los votos del Consejo Político Federal es superior a la mayoría absoluta, pero deja ver la complejidad de las corrientes internas en la formación, los trabajosos equilibrios que la sostienen y el futuro de una gestión nada fácil. El nuevo coordinador general tiene fama de “moderado”, epíteto que él debe de considerar infamante porque se ha estrenado planteando la posibilidad de una huelga general. Debe de considerar que la situación de crisis general del capitalismo la justifica por si misma. No sé si una huelga general, pero el desastre económico mundial en que vivimos está pidiendo una recomposición de las izquierdas radicales europeas que hicieron mutis por el foro a raíz del hundimiento del capitalismo. Luego de años de prosperidad, se dan hoy las famosas condiciones objetivas para la formulación de programas políticos cuando menos radicales, sino revolucionarios; pero, hasta ahora, vienen faltando las condiciones subjetivas. La izquierda a la izquierda de la socialdemocracia europea era un remedo de lo que fue. Desgarrada por luchas fraccionales, ensimismada en discusiones bizantinas (estatutarias, reglamentarias, de orden), su presencia parlamentaria en Italia, Francia, Alemania o España ha quedado reducida a la mínima expresión. Sin embargo, habida cuenta de la dinámica pactista en los sistemas democráticos y la tendencia de la izquierda moderada o centro-izquierda a consensuarlo todo con la derecha, el espectro político necesita una fuerza electoral y parlamentaria sólida que le permita propugnar políticas contundentes y, llegado el caso, entrar en alianza con la socialdemocracia para forzar a esta a que lleve a cabo medidas más radicales. Téngase asimismo en cuenta que el problema de estas formas izquierdistas (IU en España, el partido de Olivier Besancenot en Francia o Die Linke en Alemania) es verse atrapadas en el dilema entre la irrelevancia del testimonialismo o la pérdida del perfil propio en una hipotética alianza con los socialistas. Por supuesto, tal función de equilibrio o contrapeso que se atribuye aquí a la izquierda de la izquierda se inscribe en el horizonte de lo que Habermas llama el “reformismo radical”, que no cuestiona la permanencia del modo de producción capitalista. Pero no está reñida en modo alguno con la posibilidad de que reaparezcan las propuestas de cambio radical alternativo, incluso, si cabe, revolucionario. Lo único que esta izquierda no puede olvidar es que el compromiso con la democracia de antaño, despectivamente llamada formal (la única existente), es completamente irrenunciable. La cuestión es si el órgano colegiado elegido, al tiempo que el Coordinador General, el Comité Ejecutivo Federal –en el que las mujeres están infrarrepresentadas, los más jóvenes, ausentes y se repiten personas muy valiosas, sin duda, pero vinculadas a un pasado sin brillo–, puede llevar a cabo tan ingente tarea como es la refundación de Izquierda Unida que la pasada Asamblea Federal planteó como una necesidad. Ramón Cotarelo es Catedrático de Ciencias Políticas

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