
A veces creo que somos muy
ingenuos. Hablamos de los crecientes índices de desigualdad, que se han disparado
en el último lustro en nuestro país, como si fuesen un accidente, un fenómeno
meteorológico impredecible, algo inevitable. Nada más alejado de la realidad:
las políticas neoliberales provocan o mejor generan sociedades tremendamente
desiguales. En el magnífico ensayo de Richard
Wilkinson y Kate Pickett “Desigualdad: un análisis de la infelicidad
colectiva”, los autores dan clara muestra de cómo la desigualdad genera
sociedades enfermas. De cómo las sociedades mas desiguales son aquellas en las
que los problemas de salud o de violencia están mas extendidos; y por el
contrario en las sociedades mas igualitarias los problemas sociales y de salud
son menos frecuentes. Otra de las cuestiones básicas de este ensayo, es la constatación de que no es una cuestión
de países ricos y pobres, hay países catalogados como ricos que son
tremendamente desiguales. Es curioso descubrir que los países más igualitarios
son aquellos en los cuales las políticas fiscales son más progresivas, que
existe un salario mínimo digno, que hay políticas activas contra el desempleo,
que se regulan los impuestos, que existen impuestos sobre a las herencias, que
se apoya la natalidad, que las pensiones públicas son adecuadas, que existe una
gestión adecuada y justa con impuestos como el IVA. O que limitan las
diferencias salariales para mermar las desigualdades, como en el caso de Japón.
En definitiva países donde la protección social no está mercantilizada.
Según Eurostat,
España,
hoy por hoy es el segundo país más desigual de la Unión Europea tras Letonia,
aplicando el Coeficiente de Gini
(0´357). En nuestro país, según la EPA tenemos 5.622.900 desempleados/as; más
de 1.834.000 hogares con todos sus miembros en el paro; una tasa de paro
juvenil de 53´1%; 700.000 jóvenes han salido desde el inicio de la crisis según
la sociología Amparo Gonzalez para la Fundación Alternativas. Un nuevo sistema
laboral escalonado, en el que la mitad de los contratos son temporales, donde
se potencia el tiempo parcial, raquítico en derechos y salvaguardas para la
parte más débil, unido a un ataque desmedido al mundo sindical, que si bien
merece muchas críticas, no deja de ser lo que hemos querido que sea. Con una
protección social ante el desempleo cada vez con menos recursos, algo de lo que
el neoliberalismo es consciente y por eso lo ha convertido en una
responsabilidad individual. Donde la juventud constituye el núcleo del “precariado”, término acuñado por el
sociólogo Guy Standing para referirse
a una nueva clase social formada por
aquellas personas que carecen de cualquier estabilidad, que sufren exclusión
económica y cultural y que malviven combinando varios trabajos para sobrevivir.
Con toda esta gran bola de nieve que ha engullido muchos de los derechos
sociales y laborales conseguidos en los últimos cincuenta años, una de las
cosas que han quedado claras es que la justificación moral del capitalismo que
afirma que “la persecución del beneficio
individual, proporciona el mejor mecanismo para la persecución del bien común”
es una gran sandez, una gran mentira, casi tan grande como el programa
electoral del PP. Por cierto que en 2011 se presento a las elecciones generales
bajo el lema “Súmate al cambio”, los que se sumaron no sabían que restaría
tanto.
La desigualdad económica es
considerada la enfermedad del Siglo XXI. Hoy la mitad de la renta mundial está
en manos del 1%. Recientemente el trabajo del economista Thomas Piketty “El Capital
en el Siglo XXI” (las más de 700 páginas las acaba de publicar el Fondo de
Cultura Económica - en catalán lo ha hecho RBA), demuestra a través de una
investigación empírica que abarca desde el siglo XVIII hasta hoy, que el
capitalismo es una maquinaria que intrínsecamente produce desigualdad. Este
estudio no ha gustado mucho a las corrientes neoliberales hegemónicas en el mundo
de la economía, pues redefine al capitalismo como una especie de estafa de los
más poderosos hacia los más desfavorecidos. Como comentaba Joaquin Estefanía en
la reseña de este libro en la Revista
Alternativas Económicas de Noviembre de 2014 “… más allá de objetivos intermedios, la desigualdad extrema atenta
contra la democracia.”
La desigualdad, no es un
accidente, ni un error de medida, es una cuestión estructural dentro de un
sistema, el capitalista basado en el interese individual y en la inequidad.
Roto unilateralmente el consenso posbélico de 1947, roto el “Contrato Social”,
a la parte que si habíamos cumplido solo nos queda como salida cambiar el
sistema. El aumento desmedido de la desigualdad en nuestro país obedece a la
puesta en marcha de una serie de medidas encaminadas a perpetuar este nuevo
modelo a costa de las clases medias y trabajadoras. ¡Atención optimistas! no
estamos ante una cuestión coyuntural y transitoria, esta nueva vuelta de tuerca
se encamina resituar a las fuerzas económicas ante una nueva era en la que
ellos ocuparan el poder de manera hegemonías y absolutista.
En lo que respecta a la política,
los acontecimientos de los últimos cinco años han demostrado que los dos
grandes partidos (con la complicidad del nacionalismo periférico conservador)
no están dispuestos a cuestionar los dictados del poder financiero. Prueba de
ello es la modificación “exprés” del artículo 135 de la “inamovible
Constitución”, donde se prioriza el pago de la deuda pública a cualquier otro
(Sanidad, Educación, Dependencia etc…) eso sí, se aseguraron antes de meter
como deuda pública el coste del rescate bancario. Mientras, el ciudadano se
queda alucinado al ver que ante los casos de corrupción política y bancaria más
sonados de los últimos treinta años, los únicos juzgados y condenados han sido
los jueces instructores. El “establishment” se extraña que la ciudadanía se
sienta identificada con propuestas políticas que hablan de sus problemas, por
gente como ellos que tienen sus propios problemas. Gente que habla de
desahucios injustos a gente que los sufre. Gente que habla de desigualdad a los
más desiguales. Gente que cuando habla de política, habla de mandar obedeciendo.
Gente que habla de cambio, de esperanza, a gente que lo ha perdido casi todo.
Y no, lo que estamos
sufriendo los últimos años, no es producto de la naturaleza, ni de ninguna
conjunción astral o castigo divino. Es el fruto amargo para la mayoría, de un
sistema que se sustenta sobre la desigualdad, sobre la pobreza, hablando claro
sobre el hambre y la miseria de muchas personas en nuestro primer mundo o en
otros. Y si, se puede cambiar. Hay alternativas y deben ser realizables, de lo
contrario no se entendería el miedo que por fin se está instalando en el otro
lado. Es curioso que con tan
solo unas pocas encuestas de intención de votos y un puñado de diputados se
consiga entre el pensamiento Neocon
ese efecto de moderación en su insaciable voracidad. Como
afirmaba el historiador Josep Fontana "Buena parte de
las concesiones sociales se lograron por el miedo de los grupos dominantes a
que un descontento popular masivo provocara una amenaza revolucionaria que
derribase el sistema". Ahora sabiendo lo que hace esta plutocracia con los pactos y
contratos sociales. La pregunta clave que deberíamos hacernos, es si lo dejamos
ahí, o queremos ir más allá.
Miguel Angel Martín
Miguel.Martin@uv.es